La lluvia ha chapoteado todo el día hasta convertir el mar en una cinta de espuma de levante que se deshace sobre un fondo indefinido, brumoso, apenas reconocible por los puntitos brillantes —cada vez más nítidos— que crea la engañosa neblina de la noche humana, y que crecen entre las sombras de unos árboles que amenazan con ocultar la bahía de tanto sacar brotes florecidos en hojas.

Abandono esta playa que pronto dejará de ser la mía y regreso a El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco y subrayo en verde flúor a Bukowski:

«Lo primero que debe hacer la escritura es salvar tu propio pellejo. Si lo hace, entonces será automáticamente jugosa, entretenida. Salvar el propio pellejo, tal vez esa sea la única razón para escribir».

Yo permití que el tiempo avanzara y avanzara antes de empezar a escribir escribir (así, repetido), porque para salvar mi pellejo más externo, el que está en contacto con lo otro y con los otros, viví como mercenaria de la escritura, hasta que de tanto gastar y gastar los mismos sones, el pellejo último, el interior, empezó a deshacérseme y el sueño antiguo volvió a rondarme y a preguntarme por qué no, a qué tanto interrogante y de dónde tantas dudas y qué más vas a esperar y decidí estirar las alas, entrenarlas y averiguar si todavía —aún, quizás, tal vez—… era capaz de volar detrás de las palabras, antes de hundirme de tanto abandono.

«Nada impedirá a un hombre escribir a menos que un hombre se lo impida a sí mismo… No hay derrota posible en la escritura… te encenderá los ojos y te pondrá cara a cara con la Muerte. Morirás como un luchador, serás honrado en el infierno… La suerte de la palabra. Ve con ella, envíala. Sé el Payaso de la Oscuridad. Es divertido. Es divertido. Otra línea más…».

Imagino que la cita también será válida para una mujer (¡yo y mis androcéntricos escritores favoritos!), porque aunque mi vuelo es inseguro, he conseguido trenzar algunas palabras, aprendí a escucharlas, a quererlas, a sufrirlas, a enfermar por ellas, a seguirlas sin mirar atrás…

Las palabras. Siempre las palabras.

Las mías, las ajenas, las citadas, las de las amigas, las de los amigos, las de los que saben y de los que no, unas compartidas, otras traducidas, algunas… perdidas, ansiadas, esperadas, pedidas, partidas idas… palabras, palabras, palabras, siempre las palabras

«… un río de palabras y si las palabras son buenas, las dejas correr con soltura…»

Charles Bukowski (1920 – 1994) es uno de los escritores norteamericanos a los que la crítica gusta llamar «malditos», porque además de beber sin límites hasta despertar durmiendo sobre un contenedor de basura, también escribía sin límites cosas tan «realistas» como estas:

«Hasta en mis momentos más bajos siento el burbujeo de las palabras dentro de mí, preparándose. No estoy en un concurso. Nunca quise fama ni dinero. Quería poner la palabra en la página como yo quería, eso es todo. Y tenía que poner las palabras en la página o me sentía superado por algo peor que la muerte. Las palabras no como algo precioso, sino como algo necesario».

Bukowski scribió El capitán salió a comer y los marineros tomaron el barco en forma de diario, un par de años antes de morir. Según explica el propio diario, lo inició un 18 de enero de 1991, el último apunte es del 27 de febrero de 1993 y él murió el 9 de marzo de 1994, así que sabía donde estaba mientras lo escribía. Por eso es tan denso en su escasez de páginas y tan rico en sus ires y veneris de ideas y sentires:

«Yo solía reírme más, solía hacer más de todo, excepto escribir. Ahora escribo, escribo y escribo. Cuando más viejo soy, más escribo, bailando con la muerte».

«… bailando con la muerte», ¿se puede contar mejor una situación, un estado, unas ansias, unos cuantos miedos, una realidad?

El viento grita mientras ruge el mar a borbotones y la lluvia sacude las nostalgias, todas las nostalgias. ¿Por qué le sentará tan bien la lluvia a las palabras? He silenciado a Cole Porter para que ellas pudieran oír el cloqueo de las gotas (es el sistema de desagüe de un edificio destinado veraneantes veraneadores de veranos multitudinarios celebrando las tormentas de primavera con gallináceos gorgoritos).

Las palabras. Siempre las palabras.

Diomedea exulans ha dejado en la literatura, los libros, los sueños… un vuelo de palabras. Y también Bukowski lo hizo suyo en el poema garras del paraíso, para referirse a sí mismo en su condición de poeta: «albatros con ojos borrachos». A mi manera  —pequeña, oscura, sin borracheras ni glamour—, sigo la estela del gigante errante y escribo esta bitácora que lleva su nombre para jugar a contar, cantar, pulir, ordenar, comentar y trenzar palabras.

De libros —esas largas trenzas de palabras— escribiré. De los amados, los odiados, los eternos, de los míos, de los de mis amigos, los que me enseñan, los que me aburren, de esos capaces de transformar la vida y de esos que más valdría que nadie hubiese escrito. De sus autores. De la escritura, los escritos, los críticos, sus críticas, de papeles, poetas, narradores, escritores y blogueros.

Hablaré de mujeres (con y sin maquillaje), de los libros, historias y relatos escritos por, para y de mujeres (y de sus canciones, sus pinturas, sus menstruaciones, sus hijos, sus diosas, sus vestidos, sus amores…). De Historia (me hubiera gustado estudiar Historia), del arte, el cine, la música (aunque mi piano ya solo junte tiempo)… Decidida al fin a trenzar palabras, todas las trenzas son posibles, de cualquier tema, tantos temas…

«Eso es lo bueno de las palabras, que siguen trotando hacia adelante, buscando cosas, formando oraciones, pasándoselo en grande. Yo estaba lleno de palabras y seguían brotando, en buena forma. Tenía suerte».

(Bukowski tuvo suerte, escribió hasta el final).

También trenzaré palabras sobre el oficio necesario obligatorio desde los veintipocos para comer y pagar facturas, la comunicación. Escribiré de publicidad, de marketing, diseño… desde la perspectiva que da el circular del tiempo y la rutina una vez calmado (¿decepcionado?) el primer amor (suena a humano pero hablo de una profesión, un oficio, un trabajo… a veces, se parecen…).

¿Por qué trenzas y trenzadores de palabras?

Para hacer una trenza hace falta tres ramales (dice la Academia), que se entretejen cruzándolos ahora uno, luego el otro, después el de más allá, y a empezar otra vez. Para crear una historia, un relato, un texto, hay que entretejer personajes, temas y subtemas, argumentos, ideas, metáforas, giros narrativos y… palabras.

«Cuando escribes debes deslizarte. Puede que las palabras se retuerzan y entrecorten, pero si se deslizan, entonces hay un cierto encanto que lo ilumina todo».

Y en mi vida, además, las palabras se han entrelazado desde el del trabajo, la necesidad de escribir, la pasión por los libros y por cómo se hacen, es decir, los tres ramales de los que habla la Academia.

Hace no mucho tiempo escribí un pequeño microrrelato que hablaba de trenzadores de palabras. Un amigo lo continuó y se convirtió en esto.

Y hasta aquí el para qué de esta Bitácora de Diomedea.

Gracias por el tiempo dedicado a estas palabras.